Ironman Lanzarote 2017 – Bienvenidos al infierno.

Pues sí. Aquí estamos. Escribiendo estas líneas con dos medallas de Finisher del que probablemente sea el Ironman más duro del mundo. Lanzarote, la isla del viento o mejor dicho: la isla del sufrimiento. Los famosos 226kms más duros que he hecho en mi vida. Pero con todo ello, me siento muy orgulloso de lo conseguido. Acabar dos veces aquí, mejorar 1h11′ mi tiempo del año pasado y disfrutar al máximo de esta prueba tan mítica.

Este año fui con mucha antelación. Aprovechando que el lunes 15 era fiesta en Madrid, nos fuimos Rocío, los niños y mi madre el domingo 14. Una semana concentrado para aclimatarnos. Ha sido unos días increíble para todos. Mi familia se lo ha pasado en grande y yo he disfrutado de mis cosas. He saboreado mucho más los días previos respecto al año pasado y he podido realizar bien una muy buena semana pre competitiva.

Llegaba con muchas ganas a este Ironman. Con altas expectativas. Iba a compartir carrera con mi amigo Diego Sarasketa. Nos conocimos en verano, le conté mi experiencia en Lanzarote 2016 y a la media hora ya me confirmó que en 2017 estaríamos juntos en la línea de salida. Ya se lo he dicho muchas veces, pero se lo repito. Para mí ha sido un honor correr con un deportista tan grande como lo es él. Hemos disfrutado mucho, tanto nosotros como nuestras familias, que han sido un gran apoyo durante toda la carrera.

3800 metros para entrar en calor

Permitidme que vayamos al grano. Si me pongo a contar cosas que he vivido durante toda la semana, me sale una crónica de 15 páginas y no es plan. Al operativo de seguidores se unió mi padre la noche del jueves. Una vez más se convertiría en clave durante la carrera. Me puse el despertador a las 04:30. No dormí nada. Tensión competitiva. Lo poco que dormí fue gracias a la radio y Juanma Rodriguez. El Madrid se iba a jugar la liga al día siguiente y gracias al fútbol pude conciliar un poco el sueño.

Había quedado con Diego para desayunar y después ir a la transición a ultimar detalles. Llevar los geles, las barritas, presión a las ruedas, saludar a gente de mi equipo Triatlón Clavería, del Reebok, algún seguidor de Facebook y vuelta para la habitación. Es lo bueno de tener el hotel a 20 metros de la salida.

Allí tengo a mis padres dándome el último aliento. Los niños duermen. Tendrán un día largo por delante. Me pongo el neopreno y rápido me voy a la zona de salida. Quiero meterme en el cajón de 60-70 minutos. Las sensaciones en el agua los días previos han sido muy buenas y me veo fuerte para la pelea. Debería de nadar en la horquilla del 01:05 y 01:10. Me despido de mi padre. Le aviso que hoy va a disfrutar. Mi padre coge posiciones delanteras al borde del agua para despedirme. Consigo hacerme hueco y me coloco en primera fila del cajón. Tensa espera. Analizas todo lo que te rodea: el ambiente, el arco de salida, la cantidad de gente, el speaker, la música… Me ajusto el gorro y las gafas 50 veces. Serán los nervios, digo yo. Visualizo la carrera. Emi, a muerte hasta la primera boya (como te ha dicho mil veces Rubén. Qué importante has sido en este camino, amigo).  Hasta que el ácido láctico te salga por las orejas. Después ritmo de crucero hasta el final. Parece fácil, pero no lo es. A mi lado tendré 1608 tíos dispuestos a comerse el mundo.

Cuenta atrás, bocinazo y a nadar. No tardo mucho en llegar al arco de salida. Me fijo bien en los aficionados de la derecha y veo a mi madre con la mítica pancarta de «Emi te queremos». Le choco la mano y al agua. Aunque antes también me encuentro a Rafa, compañero del Reebok que ahora vive en Lanzarote. Me hace ilusión verle.

Empieza el espectáculo. Salgo a fuego. Las piernas se calientan. Hay golpes, alguno se sube encima, la ley del más fuerte. Llego a la primera boya muy rápido. Al enfilar la segunda veo de refilón que el reloj marca 1:18/100. Para el carro Emi, pienso. Hay tantísimo drafting que te llevan en volandas. Segunda boya ya un poco más lento. Aunque rápido para mí, 1:30/100. Es lo que hay. Sigo nadando a pies. Cuando enfilamos la meta el tráfico se despeja y ya puedo nadar más a mi ritmo.

Llego  la playa en 34:41. He perdido tiempo con tanto jaleo en el agua. Pero está dentro de lo que pensaba. El año pasado hice 1h20. Iba bien. Vuelvo a ver a mi madre y a Rafa. Vamos a por otros 1900m. De nuevo mucho tráfico. Golpes, me paran el reloj, me agarran… La verdad, me cuesta entender a los triatletas que te quieren pasar subiéndose por encima. Consigo llevar un ritmo bueno. Al final segundo parcial casi clavado en 34:42. Total: 01:09:24. Dentro de mis cálculos.

Al salir del agua ya veo a Rocío, los niños, mis padres y María. Un besito rápido de rigor y a por la bici.

Diego sale también en 01:09, pero no le veo. Hemos clavado el tiempo los dos. Las sensaciones son muy buenas. No estoy cansado y estoy deseando empezar los 180kms con mi Argon.

Contrarreloj Puerto del Carmen – Puerto del Carmen

Tras una transición muy lenta – me voy a los 10´- me monto en la cabra para demostrar todo lo que llevaba dentro. Tras mis dos grandes sectores de bici en Orihuela y Peñíscola, con 33km/h de media en ambos siendo circuitos muy exigentes, estoy convencido de hacer una gran bici en Lanzarote. Si todo iba bien, debería de estar entre las 06h00 (carrera perfecta) y 06h30. Luego la carrera te puede poner en otro escalón, pero el objetivo estaba claro.

La ida era rondar los 200w. No pasarme en las subidas, intentar no sobrepasar mucho mi FTP y recuperar en los llanos y bajadas. Normalmente me cuesta un poco arrancar. No voy muy fino los primeros kilómetros. Al poco de empezar, subiendo a Puerto Calero, viene Diego por detrás: «Emi, vamos juntos hasta el final.» Me hace gracia, porque lo veo imposible. Sarasketa es ciclista, viene de hacerse no sé cuántos millones de kilómetros en la Pionner Nueva Zelanda MTB con su equipo «Imparables», la Rioja Bike Races…. Tiene tanta bici en las piernas, que doy por hecho que me meterá una buena minutada.

Los kilómetros pasan y casi siempre tengo a Diego a tiro de vista. Le paso, me pasa, charlamos un poco… LLegamos a Timanfaya y se vuelve a alejar un poco. Subo bien. Controlo vatios y voy muy cómodo. Recuerdo que el año pasado se me hizo interminable este tramo. Pero tengo otras piernas.

De camino a La Santa vuelo. La media va subiendo como la espuma y me planto allí a casi 31. Los cálculos empiezan a rondar mi cabeza. Sabía que quedaba lo más duro de la bici, pero si lo que perdiera subiendo lo recuperaba bajando, podía intentar el asalto a un tiempazo. Y quién sabe, si hacía una buena maratón, tenía en mi mano las 11 horas y poco.

Me encuentro fuerte. Subo bien y en los llanos y bajadas voy con un cohete. Ni viento ni nada. Simplemente con acoplarme y sin dar pedales adelanto a gente. La aerodinámica es perfecta y la bici va como un tren de mercancías. No hay viento que la mueva. Sabía que mi padre iba a estar seguro en Nazaret y a lo mejor en Teguise. Allá íbamos.  Diego un poco por delante y yo. Empezamos la subida al pueblo y veo a lo lejos la Vito blanca alquilada. Ya está mi padre ahí, pensé. Y cuando llego ( me emociono ahora mismo mientras escribo) veo que se baja Rocío, Lucas, Jacobo, mi madre, María…. ¡Vaya subidón! Me da fuerzas para afrontar todo lo gordo.

Las chicas tenían pensado pasar el día en la piscina hasta que llegáramos a la maratón, pero mi padre en plan sargento de hierro, soltó algo así como: » ¿piscina?, aquí hay dos tíos que se van a dejar hoy la vida en un Ironman y necesitan apoyo, así que ni piscina ni leches, todos a la furgoneta que nos vamos a Teguise.» Todos asintieron y así lo hicieron. Como el camarote de los hermanos Max. Más pasajeros que plazas. Todos cargados de ilusión.

Llegamos a la parte chunga. Llegan los Miradores, Los Valles… Estoy con ganas. Adelanto a mucha gente. Me encuentro con Gaspar, mi amigo de Illescas. Diego en las subidas es un avión. No quiero cebarme. Yo a mis vatios y a mi ritmo. Pasamos con nota Haría. El calor va apretando. Llego a la cima y me encuentro a Diego parado en el avituallamiento especial. Me recuerda a las imágenes del Tour. De repente la cima se llena de niebla. Esto hace más épica la bajada. Me lanzo para abajo. Sin miedo. El viento pega de cara. Y alguna racha lateral que hace tener los 5 sentidos bien enchufados. Una revuelta, otra, curvas y más curvas. Disfrutando, que para eso competimos. Al acabar la bajada viene Diego como un avión. «Pero tío, si te estabas tomando el bocadillo arriba ahora mismo», le digo. Bajó como un kamikaze para cogerme.

Llegamos a los Valles. Para mi se convierte en la zona más exigente. La subida a Los Molinos. La gente sufre. Incluso alguno echa pie a tierra. Ahí ya me olvido un poco de los vatios y subo a lo que puedo. Había que apretar los dientes porque la carretera estaba empinada de lo lindo. Estoy disfrutando, aunque bien es cierto que se me hace más duro este tramo que el año pasado. Nos queda el famoso Mirador del Río. Aquí sí que subo feliz. Disfruto de La Graciosa y adelanto a mucha gente. Alguno atracando como si estuviera en el Mortirolo. Llego a la cima y para abajo. Pienso que está hecha la parte mas dura. Vamos camino de Nazaret donde creo que de nuevo iban a estar nuestros seguidores.

Aprieto los dientes. He perdido a Diego, pero no debía de andar muy lejos. Las piernas las tengo bien. Como y bebo todo lo previsto y voy con la moral por las nubes. Salvo catástrofe iba camino de hacer un gran tiempo en la bici. Empiezo a rodar hacia Nazaret. Pero en el kilómetro 130 me viene el mismo problema del año pasado. Se me empieza a dormir el pie derecho. Creo que será pasajero, pero no. Se convierte en insoportable. De hecho tengo que sacar de vez en cuando el pie de la zapatilla porque no puedo más. Me lo quería cortar. Por intentar pedalear con una zona que no me duela, se conoce que me repercute a la rodilla y me empieza a doler. Rumbo a Nazaret con la ilusión de ver a mi familia pero sufriendo con el pie.

En la subida se me pasa un poco. Intento hacer más fuerza con el izquierdo que con el derecho, pero aun así voy tocado. Una lástima, porque se me está cayendo la media como la espuma. El sueño de hacer 6 horas se me escapa. Sin los dedos dormidos, lo habría peleado. Pero era imposible. Menos mal que al coronar la subida de Nazaret, en el avituallamiento vuelvo a ver la furgoneta aparcada. Ahora sí que me paro. Me hace mucha ilusión ver allí a todos. Se sorprenden de verme tan pronto ahí. Diego acababa de pasar. Estoy haciendo un tiempazo. Le choco la mano a todos, incluido los más pequeños de la casa, Pablo y Bosco que están con los ojos como platos viendo a su padre con la bici que tanto les gusta. Ese minuto con ellos me da la vida. Gracia por estar allí.

Parece ser que el pie me molesta menos. Serán los baches que hay en este tramo infernal. 3 kilómetros que parece que se te va a partir el cuadro en dos. Quedan 30 kilómetros. Está hecho, pero en cuanto la carretera pica un poco hacia arriba, el pie se me vuelve a dormir. Aprieto los dientes y aprendo a sufrir. Esto es un Ironman. Pero me cuesta. No voy concentrado. De piernas perfecto. Me podía haber exprimido mucho más, pero esto es así. Llego a Puerto del Carmen con un tiempo de 06h27´ a casi 28 de media. Mejorando 31´el tiempo del año pasado, pero con la sensación de haber podido hacer mucho más si ese pie no me hubiera dado tantos problemas. Ahora tocaba correr. Casi nada.

42 kilómetros en el infierno 

Dejo la bici a los voluntarios y me dispongo a correr a por la bolsa, que justo la tengo al principio de la transición. Me mata correr descalzo, sigo teniendo los dedos dormidos. Pero lo agradezco al final y parece que despiertan. Geles, crema, agua, gorra, gafas y a por la maratón.

El calor era horroroso. https://youtu.be/1-ggDXF_4ucLas 3 de la tarde y por delante 42 kilómetros. Bajar de 4 horas  está en mi mente. Creo que puedo hacer entre 3:40 y 03:55. He pegado un salto cualitativo corriendo. Estoy con moral. Si hago la maratón de mi vida ( bueno, solo he hecho una….) bajaba con creces de las 12 horas. Primeros kilómetros de tanteo, pero 05:30 es mi velocidad crucero. Cojo a Diego. Al final había llegado unos 4 minutos antes que yo en la bici. Hablamos un poco y asentimos: esto va a ser muy largo y duro. Van cayendo los kilómetros y no me muevo de ahí. 5, 10 y …llegamos al 15. Arrecife. Voy pendiente porque creo que mi familia puede estar por allí. Y así fue. ¡Cómo mola!

Voy muy bien, contento. Me gusta que me vean feliz y no sufriendo. Doy la vuelta al Charco donde me encuentro con Rafa, compañero del Reebok. Que también me da muchos ánimos. Es un grande. Con tanta emoción subo un poco el ritmo. Tramos por debajo de 5. Ojito. No te calientes. En apenas un kilómetro vuelvo a encontrarme con los míos. Y se desata la locura. https://youtu.be/oZTYLpf0HBE. Rocío piensa que ya está hecho, pero quedaba lo peor. Hasta el 20 perfecto. De ahí al 25 bajo el ritmo. Me viene una arcada que me preocupa. Había bebido demasiado y ya no tolero un gel más. Me da miedo vomitar y camino del 30 no tomo nada. Solo agua en los avituallamientos. Cada vez tengo menos fuerzas. Sé que me queda un mundo y me empiezo a agobiar. El bajar de 12 horas se esfuma. Llego a meta, hago el giro y me hundo. 12 kilómetros por delante y 0 energía. No soy capaz de subir la cuesta que hay al comienzo de la maratón.

Quería pero no podía. Me había llegado el tío del mazo. El estómago me duele. Tengo una bola que parecía que venía el quinto hijo. Me encuentro a mi padre casi en el mismo punto del año pasado https://youtu.be/3hL-SYWDvzY y trotamos juntos. Estoy mal. Según él llevo muy mala cara y no le respondo cuando me habla. Me dice que lo deje. Ni de coña, pienso para mis adentros. Aunque acabe andando, pero la meta la cruzamos. Intento no andar, voy al trote cochinero, como me había dicho Gaspar. No tengo ni un gramo de fuerzas y no tengo hambre, es más, detesto en ese momento la comida. Sobre todo geles. Así tiro como puedo hasta el giro del aeropuerto. De ahí 6 a meta. Los 6 kilómetros más largos de mi vida. Por el camino me encuentro a Ana Caleya, del Calvería que me anima. Incluso corre conmigo un poquito ¡Gracias Ana! 6,5,4… y de repente me muero de hambre. Veo un avituallamiento y me quiero comer todo. No lo dudo. 4 medios plátanos y un vaso de Coca Cola. Me da la vida. Empiezo a ser yo de nuevo. El trote es menos cochinero. Incluso ya corro de nuevo a 6 el kilómetro. Solo quedan 2. ¡Vamos Emi!

Y otra sorpresa. Me encuentro con Pablo, el protagonista de mi reto solidario de este año. Había venido a Lanzarote junto a su familia solo para verme. Tiene discapacidad y era la primera vez que montaba en avión. Hemos recaudado ¡5096€! para la Fundación Gil Gayarre. Material escorial especializado para que puedan seguir aprendiendo en su lucha diaria. 

Juan Pablo, el padre de Pablo, mi padre y su hijo de 3 años me acompañan casi hasta la meta. A 1 kilómetro me sorprende Diego, que viene por detrás. » Te lo dije, comenzamos juntos, acabamos juntos». Qué grande es. Ya tenía energía y las piernas me funcionan. Camino de Puerto del Carmen a 05:30. Empiezo a escuchar la megafonía. Diego me dice que entre yo primero. Intento que sea él, pero no quiere. A pocos metros me encuentro a Lucas.

Difícil explicar con palabras este momento. Tanto sacrificio, tanto esfuerzo, tanta dedicación… 8 meses se me pasan por delante en tan solo 2 minutos. Pego un grito, aprieto los puños, le choco la mano a Lucas y sí. De nuevo soy finisher del Ironman de Lanzarote. Con un tiempo de 12h20’38» y haciendo finalmente esta eterna maratón en 04h24´. Muchas cosas que analizar. ¿Por qué me sobraron 15km? ¿A qué fue debida esa pájara? ¿Poca comida? ¿Por qué se me durmió el pie? ¿Habría podido apretar más en la bici? Muchas preguntas que ya tienen respuesta. Lo que está claro es que vuelvo a casa con otra medalla en el infierno, con la satisfacción de ver cómo mis 4 hijos disfrutan con lo que hace su padre, y con un amigo para toda la vida. Se llama Diego y se apellida Sarasketa.

9 Comments

  1. Impresionante el esfuerzo por una buena causa. Llevo siguiendo tus entrenamientos en instagram desde hace meses y el día de la carrera estaba pendiente de ver qué tal te iba. Increíble el compaginar los entrenamientos con trabajo y familiar supernumerosa. Enhorabuena!!

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  2. Dieta paleo… y cocacola.

    Cocacola comenzó como una medicina allá hace años. Y aún funciona con los platanos.

    Me emociono leyendo tu reseña. Como un Lucas mirando a su padre, por decirlo de algún modo. Ni queriendo, puedo. Pero orgulloso de tí. Creo que las palabras se quedan cortas para describir la lucha contra los propios límites, contra los problemas de pie dormido… Eres un campeón. De medalla por finalización. Y de éxito propio. Olé.

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